Yo sabía que aquél día le había salido todo mal. Había perdido un cliente importante, su jefe le había echado una buena bronca, había dado un rozón al coche contra la columna de un aparcamiento y desde media tarde no paraba de dolerle la cabeza. Habíamos quedado que al acabar el trabajo le acompañaría a casa para recoger un cd.

Una vez que llegamos, se detuvo un momento delante de una palmera que crece frente a su casa; lo toco despacio y se quedó pensativo. Cuando se abrió la puerta, fui testigo de una sorprendente transformación: su cara mostraba entusiasmo, sonreía como si le acaba de tocar la lotería. Abrazó a sus niños y le dio un beso a su mujer. Me dio el cd y, mientras me acompañaba hasta el coche, al pasar otra vez junto al árbol, no quise quedarme con la duda. Así que le pregunte por qué había hecho aquello.

– Ah, bueno, es que este es el árbol de los problemas –me explicó–. Yo sé perfectamente que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero estoy seguro de una cosa: no es bueno que meta los problemas en casa, para que se amarguen mi mujer o a mis hijos Así que, cuando llego a casa y he tenido un mal día, los cuelgo en la palmera. No sabes lo que aguanta el arbolito… Cuando vuelvo al trabajo al día siguiente, los descuelgo de nuevo, claro: lo divertido es que cuando los recojo por la mañana, nunca hay tantos como los que creía haber colgado la noche anterior.