Los tres principios esenciales para la comunicación digital

La reputación de una empresa o institución en los entornos digitales se construye atendiendo a tres ámbitos fundamentales, indispensables para generar confianza: el primero es la visibilidad, es decir, qué huella y rastro digital es capaz de generar la organización; el segundo, qué se aporta al proceso de comunicación y qué valoración hacen los demás de sus contribuciones; y, finalmente, qué grado de recomendación directa promueven los restantes miembros de la red de comunicación.

Lograr más visibilidad, ofrecer aportaciones de interés y ser recomendado en el entorno digital ya no depende de tener mucho dinero. Este no garantiza necesariamente ni la credibilidad ni la reputación corporativa. Una organización no puede comprar el tiempo de atención que le prestan los demás ni su grado de vinculación emocional; el dinero no asegura que un determinado mensaje se viralice bien, así que tampoco es capaz de garantizar la capacidad de influencia o la de prescripción y, mucho menos, la reputación que pueda conseguirse. Más importante que disponer de muchos recursos es seguir estas tres recomendaciones:

  1. Es necesaria una sincera y respetuosa actitud de escucha. Las redes sociales no funcionan según los tradicionales esquemas de la publicidad masiva; en ellas no se trata de percutir machaconamente sino de escuchar y participar en un diálogo respetuoso e igualitario. Por tanto,  aunque haya que adaptar el mensaje a las etiquetas y formatos específicos de cada red social, canal y dispositivo, la presencia en los nuevos medios de comunicación exige escuchar con respeto, participar con amabilidad y ayudar en las conversaciones, aportando contenidos de verdadero interés para la comunidad; después –solo después- se estará en condiciones de pedir algo a cambio.
  2. Hay que comunicar de tal modo que se produzca un encuentro capaz de generar vinculación y compromiso (engagement), para lo que resulta muy útil que el mensaje tenga que ver con o suscite experiencias emocionales: en las redes sociales funcionan bien las imágenes positivas, la curiosidad, el asombro, la sorpresa, la incertidumbre, la alegría, la esperanza, la amabilidad, el respeto mutuo, incluso el afecto y el cariño… Funcionan mal el enfado, el desprecio, la mala educación, las actitudes prepotentes, el dogmatismo, el derrotismo, la falta de entusiasmo…
  3. Finalmente, en las redes sociales hay que atreverse a comunicar con nuestro estilo de comunicación natural. Si caemos en la tentación de exagerar nuestra máscara social –idealizando nuestros méritos o pregonando excesivamente nuestros éxitos– o si impostamos un modo de comunicar ajeno a lo que habitualmente somos (en el caso de las organizaciones su identidad corporativa), resultará más difícil conectar con otros usuarios. Esta autenticidad es especialmente importante en el caso de las empresas, marcas e instituciones pues a menudo cometen el error de refugiarse en un estilo de comunicación excesivamente institucional, estereotipado, a veces demasiado encorsetado y sin frescura y en otras ocasiones demasiado espectacular y rotundo, con tics propios de la publicidad de los medios masivos.

 

Actitud abierta hacia la comunicación, capacidad de escucha y diálogo, comunicación emocional que genere encuentro y compromiso, naturalidad… ¿Comunican las empresas así? ¿Qué las limita? ¿De quién pueden aprender? En el próximo post ofrecemos algunas pistas; veremos por qué las mujeres son más eficaces cuando se trata de gestionar la comunicación. Ellas tienen más recursos y un estilo diferente del que deberían aprender quienes desarrollan la comunicación corporativa en empresas e instituciones.

 

Arturo Merayo