Nuestra amiga Eva, nos envía el siguiente cuento, cuya enseñanza da mucho que pensar…
En una ocasión, un anciano rey de China soñó que había perdido todos sus dientes. Después de desperatr, mandó llamar a un adivino para que le interpretara aquel sueño.
-¡Qué desgracia, mi señor! -exclamó el adivino-, cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
-¡Qué insolencia! -gritó el rey-, ¿cómo te atreves a decirme semejantes palabras? ¡Fuera de aquí! Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.
Más tarde ordenó que le trajesen a otro adivino y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al gobernador con atención, le dijo:
-¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes. Se iluminó el semblante del anciano con una gran sonrisa y ordenó le dieran cien monedas de oro.
Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
-¡No es posible!, la interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer adivino. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
-Recuerda bien, amigo mío -respondió el segundo adivino-, que todo depende de la forma como decimos los mensajes. Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender el arte de comunicar. De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas.
Arturo Merayo
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