Ha fallecido Jesús Hermida, uno de los grandes del periodismo español. Tuvo algunos detractores, lo que resulta inevitable cuando uno alcanza una notoriedad pública. Y tuvo también muchos admiradores porque fue un buen periodista. Pero, además -y esto es lo que quiero subrayar- fue un periodista diferente. Esta es una de las claves fundamentales para el éxito.

Igual que les sucede a las marcas, los profesionales deben también saber diferenciarse, mostrar sin temor sus rasgos originales y distintivos que les permiten ser reconocidos y elegidos por la gente. El denominado personal branding construye la imagen desde unos atributos que marcan la diferencia. Hermida lo supo hacer como nadie.

Pero para eso, es necesaria mucha valentía; porque aunque cada perona tenga su propia individualidad, no es fácil mostrarla abiertamente y proclamar a los cuatro vientos: «sí, yo soy distinto». Hay que vencer los miedos, ponerse por montera el qué dirán, hacer frente a la posible sanción social, a las críticas, a las sonrisas displicentes, tener una sólida autoestima y trabajar sin descanso en la dirección que uno cree correcta.

En las tareas comunicativas, ser diferente es una condición -ciertamente no la única- para lograr el reconocimiento público. Les pasa a los mejores profesionales, da igual que sean maestros, artistas, vendedores, médicos o directores generales. Quienes tratan con ellos quieren que sean auténticos y diferentes. En el caso de los periodistas esta exigencia es todavía más contundente. Ser diferente, con un punto de originalidad, está indisolublemente unido a la creatividad y a que la opinión pública primero se aprenda tu nombre, luego te siga y quizá, con el tiempo, te reconozca como un buen profesional. Pero sin originalidad, nada.

Suelo decir en los cursos de formación que imparto sobre presentaciones eficiaces que quien se expone ante el público debe salir de la confortable trinchera del anonimato y apostar decididamente por la diferencia: es el único modo de no pasar por la vida de la gente como pasa el agua sobre las piedras, con indiferencia. Un comunicador convencional es siempre algo preocupante, un absurdo, una especie de contrasentido muy difícil de comprender e imposible de admirar. Además -y esto es lo peor- un comunicador que por miedo no se atreve a ser diferente, a mostrar su individualidad, pierde la ilusión, deja de innovar, amordaza la creatividad y fácilmente difumina su afán de servicio.

Esta es la razón por la que, a mi juicio, Jesús Hermida fue por delante en muchas cosas y colaboró activamente a renovar el periodismo televisivo: porque no tuvo miedo a ser distinto. Como escribió la también periodista Concha García Campoy, «los riesgos pueden acabar contigo; pero son los que te ayudan a crecer». Gracias, Hermida, por no haber tenido miedo a arriesgar. Necesitamos a muchos como tú.

Arturo Merayo