Gracias a la que está cayendo, los farmacéuticos parece que están empezando a reaccionar. Entiéndaseme: no es que hasta ahora hayan estado todos a por uvas, no, pero ciertamente su negocio ha venido siendo tradicionalmente algo excesivamente cómodo. Últimamente, la cosa está cambiando y entre la parafarmacia, los dineros de las Administraciones que no llegan, las recetas electrónicas… empiezan a caer en la cuenta que no basta con modernizar el local sino que es preciso fidelizar a los clientes a través de un servicio que aporte valor añadido: confiabilidad, disponibilidad, diligencia, personalización, rigor, amabilidad…
Los farmacéuticos se están dando cuenta que han de mejorar el modo de comunicar con sus clientes, que además tienen la singularidad de ser pacientes. Y saben que les falta una capacitación específica y que la necesitan si quieren que sus oficinas de farmacia ganen en reconocimiento público y en diferenciación para que sean escogidas por sus clientes.
Otros farmacéuticos sin oficina de farmacia, por ejemplo los de Atención Primaria, tras de años de esfuerzo, han ido logrando que sus compañeros sanitarios de los centros de salud o de los hospitales entiendan su función, que no es precisamente la de inspección. Incluso se han remangado para cumplir funciones necesarias que, no obstante, sus superiores no eran capaces de detectar o precisar. Y una vez que todo el mundo reconoce su papel, los FAP se han dado cuenta que su eficacia aumentaría sustancialmente si mejoraran en habilidades de comunicación pues han de aplicarlas a diario tanto al trato con el paciente como a la relación con los profesionales de su centro. Recientemente he tenido gratas experiencias con programas de formación sobre “Comunicación e inteligencia emocional para FAP”.
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