Cuando somos felices y comemos perdices es muy fácil presentarse delante de los periodistas y dar explicaciones sobre aquello para lo que se les ha convocado. Sin embargo, cuando en la comparecencia se trata de rendir cuentas ante una mala situación, ya no basta con dar la cara y, por supuesto, mucho menos limitarse a dar palabras. Entonces es imprescindible darlo todo: la mirada, las manos, los gestos, los brazos, las piernas… El problema es que en esas circunstancias es cuando el lenguaje corporal tiende a dispararse, a hablar por sí mismo y de forma descontrolada, y a transmitir justo aquello que no queremos que se sepa: inseguridad, agobio, nervios o desesperación.

Esto es lo que le ocurrió al actual entrenador del equipo de baloncesto Asefa Estudiantes, Pepu Hernández, y campeón del mundo con la selección española en 2006. Buen entrenador -quizá mejor motivador- este año, no obstante, está pasando por un verdadero calvario con su equipo en la liga Endesa, de la ACB. Penúltimos en la tabla, lleva seis partidos consecutivos sin ganar, el último que jugó contra el Joventut de Badalona, también lo perdió.

En la rueda de prensa que ofreció después, las palabras eran lo de menos; con su lenguaje corporal y en apenas un minuto, ya manifestó cómo se sentía: mirar hacia abajo, tocar precipitadamente todos los objetos de la mesa en un intento innecesario por colocarlos, ajustarse la chaqueta, subirse los calcetines de ambas piernas, los puños de la camisa, de nuevo la chaqueta, la oreja y de nuevo sus papeles, la corbata que parece apretar, el móvil, dudas, respiración entrecortada…

Pepu Hernández tiene experiencia y es, por lo general, un buen comunicador. Pero nadie está libre de situaciones difíciles en las que la comunicación no verbal, si no se controla, puede delatarnos. Y es que la mayor parte de lo que comunicamos no lo decimos con las palabras.