«Con el escuchar sucede como con otras funciones tan comunes y corrientes como el respirar. Todos tenemos que respirar; pero muy pocos respiramos bien” (Pablo Buol)
Cuando conversamos, hablamos y escuchamos. Normalmente pensamos que el hablar es la parte activa e importante de la conversación. Pensamos que lo que uno dice es lo que el otro escucha. Nada más lejos de la realidad. El hablar y el escuchar son ambos activos; sin embargo es el escuchar el que le da verdadero sentido a la comunicación, pues todo el que dice algo lo dice para ser escuchado.
– Cuando hablamos y escuchamos no sólo estamos transmitiendo y recibiendo palabras, también intervienen
– Nuestro cuerpo: ¿Estamos cerca o lejos? ¿Hacia dónde miramos?
– Nuestras emociones: no es lo mismo hablar o escuchar estando enojados que estando alegres.
– Nuestros juicios y creencias, que condicionan tanto lo que decimos como lo que escuchamos.
– Nuestras expectativas: ¿Para qué decimos lo que decimos? ¿Nos importa lo que estamos escuchando? ¿En qué nos afecta?
– Nuestra historia: tanto la historia personal de cada uno como la historia de la relación entre las personas que están conversando.
– El tiempo y el espacio: ¿Es un contexto que facilita la comunicación?
Escuchamos no sólo lo que el otro nos dice, sino también (y a veces exclusivamente) lo que nosotros nos decimos sobre lo que el otro está diciendo. Escuchamos no sólo las palabras, sino también los silencios, e incluso lo no dicho.
Escuchar tiene que ver con recibir al otro y aceptarlo como un legítimo otro. Esto no significa estar de acuerdo, ni significa que vayamos a hacer lo que nos piden. Significa simplemente –y no es poco– estar presentes y atentos.
Así como podemos aprender a escuchar, podemos también aprender a ser escuchados. Dado que cuando hablamos lo hacemos para ser escuchados, es responsabilidad fundamental del que habla el hacerse escuchar efectivamente (y, por supuesto, esto no se logra, por ejemplo, gritando).
Aprender a escuchar… aceptar al otro, aprender a hablar… hacernos escuchar, aprender a aceptarnos… no lo aprendimos en la escuela, ni en la universidad… a veces lo aprendemos viviendo, y en ocasiones exige toda una vida de entrenamiento. Aún así, vale la pena…
Un aprendizaje indispensable
¡Escucha! Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme, no estás haciendo lo que te he pedido.
Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué yo no debería sentirme así, no estás respetando mis sentimientos.
Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para resolver mi problema, estás decepcionando mis esperanzas.
¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no quiero que hables ni que te tomes molestias por mí, escúchame, sólo eso.
Es fácil aconsejar. Pero yo no soy un incapaz. Tal vez me encuentre desanimado y con problemas, pero no soy un incapaz.
Cuando tú haces por mí lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer, no estás haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad.
Pero cuando me aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece a mí, por muy irracional que sea, entonces no tengo por qué tratar de hacerte comprender más y tengo que empezar a descubrir lo que hay dentro de mí.
(Extracto de “Aprender a escuchar bien”, en ALEMANY, C. (ed): 14 aprendizajes vitales, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2000).
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