Hay cuatro tipos de personas y cada uno de nosotros tiene que optar por uno de ellos, preferiblemnente desde la juventud: 1) los que hacen mal el mal; 2) los que hacen bien el mal; 3) los que hacen mal el bien; y 4) los que hacen bien el bien. Describiré brevemente esta tipología. 1) Los que hacen mal el mal son imbéciles; no sólo malas personas sino ineficaces en sus propósitos. Es el terrorista que coloca mal la bomba y le estalla en la cara. Un impresentable que da risa porque hace mal el mal. 2) Los que hacen bien el mal son gente muy peligrosa: son expertos en el delito, parece que triunfan y que ganan siempre pero en realidad resultan despreciables: el terrorista que mata, el ladrón, el mentiroso, el que explota a sus empleados… hace bien el mal. Vaya una manera de pasar la vida, fastidiando al personal… 3) El tercer tipo son los que hacen mal el bien: éstos no dan risa, sino pena. Están llenos de buenas intenciones, son buena gente, pero al final siempre meten la pata por incompetentes, por no estar preparados, por no ser constantes, por no ser concienzudos; son incapaces de poner las últimas piedras en lo que hacen, se les va la fuerza por la boca y, al final, no consiguen hacer las cosas bien; aunque les gustaría no saben dar buen ejemplo ni su vida tiene el sentido que pretenden. 4) Las únicas personas que yo creo que debemos buscar -porque resultan admirables- son quienes hacen bien el bien. Esta es la gente que realmente vale la pena, no solo porque consigue ser feliz sino porque deja huella, arrastra y seduce: mejora el mundo.

¿Qué tipo de persona queremos ser? Mejor dicho: ¿Qué tipo de persona quiero ser yo? Si quiero ser de los que intentan hacer bien el bien, hay que empezar por darle vuelta a eso que tenía tan interesados en el siglo V a.C: la areté, es decir, la excelencia, la virtud. Y desde ahí, fijarse metas nobles, altas, que de verdad valgan la pena. ¿Cuál es tu meta? Pregúntate a menudo para qué haces las cosas. José Antonio Marina, en El laberinto sentimental habla de las metas y del sentido de la vida: «La alegría es casi un sinónimo de la felicidad. La he definido como la conciencia de estar alcanzando nuestras metas. Por eso su anchura, largura y profundidad dependerán de las metas conseguidas». ¿Cuáles son tus metas? No tus planes para esta tarde, no, tus metas? ¿Qué quieres hacer de ti? ¿Qué pintas aquí? A lo peor, nunca te has hecho estas preguntas… Nada hay más importante que reflexionar sobre el sentido de la propia vida. Nada te dará más pistas para ser feliz.